TESTIMONIOS
DE UN COMBATIENTE: FRANCISCO TARAZONA
A continuación transcribo el artículo
que Francisco Tarazona realizó a la revista MODELISMO&HISTORIA
en Febrero de 1983:
La Guerra Civil Española de 1936 fue un acontecimiento que
me brindó la oportunidad de ser piloto de aviones. Desde
que tuve uso de razón me fascinaba la posibilidad de poder
elevarme como las aves. Volar como ellas. Pienso que llegué
a conseguirlo. He tripulado decenas de modelos de aviones y cuento
en la actualidad con más de 22.000 horas de vuelo.
Aprendí
en una avioneta con motor de cinco cilindros en estrella y terminé
formalmente comandando De Havilland “Comet” IV-C, tetrarreactores
ingleses con velocidad de .82 de Mach. Esto es, cerca de mil kilómetros
a la hora.
Los pilotos de la 3ra. Escuadrilla en Sabadell, 1938:
Bravo,
Margalef, Calvo, Pitarch, Sirvent, Ucar, Toquero, Paredes,Quereda,
Beltrán, Tarazona y Montilla
Cuando
embarqué en Cartagena, rumbo a la Unión Soviética
para realizar el curso de pilotos, no sabía lo que era un
alerón, un timón de dirección o los timones
de profundidad de una aeronave. Menos sabía lo que lo se
sentía al volar. Había oído hablar de ICARO,
de sus alas de cera y de su tragedia mitológica. Mi ilusión,
repito, y perdóneseme lo reiterativo, era volar.
Para
mí, la guerra resultaba en aquellos momentos secundaria.
Lo que me enseño la misma, su política, sus odios
y consecuencias, son ajenos a lo que quiero contar ahora.
Durante
el viaje a la URSS, que duró quince días, nos enseñaron
algo de aerodinámica. Aquello no me decía nada. (?)
Algunos compañeros míos ya habían volado en
planeadores. ¿Qué se siente? les preguntaba. Sus contestaciones
no me satisfacían. Las encontraba pobres, casi mentirosas.
¡Era tan poco! Tormentas en el Mar Negro y estepas heladas
al norte del Caucaso desfilaron por nuestros ojos antes de llegar
a Kirovabad, principio del desconocido camino para mí. Esta
ciudad sería nuestro cuartel general y los instructores ¡claro!
soviéticos.
Aquella
tierra helada y lo gris del cielo me dificultaban concebir el vuelo
de los pájaros. Y es que mi ignorancia era casi absoluta.
Al menos en aquellos principios de que elementos más pesados
que el aire pudiesen vencer la gravedad de la Tierra … ¿Y
la aerodinámica?
Pronto
fuimos encuadrados los alumnos en unidades y asimismo nos encontramos
ante la realidad: las clases teóricas. Motores de cuatro
tiempos, fuselaje, alerones, cables, carburadores, gasolina, meteorología,
navegación aérea, aerodinámica, tiro al blanco
con ametralladora…, etc.
Ayudamos
a los mecánicos al montaje de las avionetas U-2 de entrenamiento
elemental, ya que la inclemencia del tiempo impedía los vuelos.
Yo disfrutaba increíblemente de todo “aquello”
y me encariñé como un niño de algo que ha llegado
a ser parte de mi vida.
Despejó
el tiempo justamente cuando los aviones estuvieron listos y nosotros
también. La noche del primer día que volé me
fue difícil conciliar el sueño. Soñé,
y lo hice otras muchas veces. Cada vez me encontraba más
cerca de mi objetivo, de lo infinito. Además, cuando volaba
me sentía como una hoja llevada por el viento, y comencé
a conocer el poder de la naturaleza. Esa naturaleza que los hombres
han tratado de conquistar y que ni siquiera conocemos… Llegó
mi primer vuelo. Dos costales de arena en lugar de instructor y
yo, solo y mi alma, atrás. Ya no había punto de retorno.
Durante
los vuelos, me acercaba a las nubes acariciándolas con mis
“alas”. Y a veces la rara pero dócil montura
me llevaba por lugares desconocidos. Aún así, los
rizos o loopings me parecían fascinantes y las “temidas”
barrenas me hicieron amar la técnica de vuelo y dominar el
vértigo. Luego, los aterrizajes: la vista fija en el lugar
preseñalado… ¡más bajo! ¡Un poco
más! ¡Así, mantenlo! La palanca de mando…
¡Un poco atrás, atrás, no mucho! ¡Así,
así…! Y suavemente, las ruedas y el patín de
cola se deslizaban sobre la superficie sedosa del césped.
Eran
los primeros vuelos de mi pequeña conquista.
Terminado
el adiestramiento en la avioneta U-2, volé el R-5 y sucesivamente
el Y-5 de transformación para caza. Más tarde, si
aprobaba las pruebas volaría el avión Y-15. Este biplano
ya se enfrentaba en los cielos de España a los Fiat CR-32
y HE-51, aviones de combate italianos y alemanes respectivamente…
Al parecer, sería a lo máximo que podría llegar
mi aspiración en lo inmediato. Sin embargo, el desarrollo
de los acontecimientos bélicos obligaron a las autoridades
de ambas partes contendientes a la búsqueda de aviones de
caza veloces, esto es, monoplanos de ala baja y con tren de aterrizaje
retráctil.
Un
día, inesperadamente, nos visitó en Kirovabad don
Marcelino Pascua, embajador de España en la URSS. ¿Tan
importantes éramos?...
El
caso es que había conseguido de José Stalin la aprobación
para que los soviéticos nos entrenasen en el mejor caza que
tenían entonces y uno de los mejores del mundo en aquella
época: el Polikarpov I-16… ¡Y podríamos
combatir en España tripulándolo!
¿Júbilo,
asombro, incredulidad? Ahora me imagino que fue algo comparable
–proporciones guardadas- a lo experimentado (entre nosotros)
por Yuri Gagarin y su Vostok-I, ya que el “salto” a
los aviones a reacción no fue para mí tan emocionante…
¿Sería como el primer beso dado a la mujer amada?...
Tres
puntos aparecieron en el horizonte. Todos los cadetes estábamos
reunidos en el campo número uno para presenciar la llegada
a Kirovabad de los I-16. Venían tripulados, se nos dijo,
por ases de la fuerza aérea soviética. La emoción
aumentó al conocer los detalles. Los puntitos se fueron agrandando.
Volaban en vuelo rasante. La piel se me erizó y los músculos
se me tensaron cuando aquellos bólidos pasaron sobre nuestras
cabezas y, en giros perfectos, hendieron el cielo verticalmente.
Se dejaron caer suavemente y, en nueva pasada sobre el campo, dibujaron
uno a uno los tonos más perfectos que yo podría imaginar.
El rugido de los motores nos impresionó… Una vez aterrizados
se acercaron los monoplanos guiados hábilmente por aquellos
ases. ¡Que motorazo! ¡Fíjate, qué corto
es el fuselaje! ¡El patín de cola metálico!
¡Mira, qué pequeña es la cabina!…
Suprunov,
Romanov e Ivanov eran los ases, nuestros héroes. Estos pilotos
prepararían a sus compañeros soviéticos para
que éstos adiestrasen a quienes entre nosotros fuesen escogidos
para volarlos. Suprunov era un tipo impresionante. Alto, alegre
y sencillo en su trato. En su lugar natal hay un busto en su honor.
Fue héroe de la Unión Soviética.
Romanov
sufrió un accidente en España en el I-16 que volaba,
falleciendo. E. Ivanov regreso a su patria, perdiéndose sus
huellas. Los tres hombres cumplieron su misión y nosotros
aprendimos a quererlos ¡Y ya lo creo, los admirábamos!
Cuando
me acerqué al I-16, que había tripulado Suprunov desde
Moscú, empecé a mirarlo con cierto asombro. Me asomé
a la cabina de mando. ¡Increíble! Suprún (así
se le llamaría a Suprunov en adelante) me tocó en
la espalda. ¿Te gusta? ¡Ochin jarosche! Contesté.
Pero ¿no es muy pequeña la cabina?, pregunté.
Cuando me di cuenta que para hablarle a Suprún tenía
que levantar la vista, me percaté que yo también podría
caber en ella perfectamente.
Sea
como fuere, a los veintiún años se duerme bien. Aunque
los acontecimientos eran desbordantes, el sueño reparaba
nuestras fuerzas y a las sorpresas respondíamos vigorosamente.
El
UTI era un modelo especial de I-16 para entrenamiento, con dos cabinas.
En ese avión nos examinarían previamente a quienes
habíamos sido escogidos para tripular aviones de caza o de
combate. Habría que superar aquella otra prueba. Mi nuevo
instructor sería el siberiano Orlov. Hombre parco, de cabello
color platino, unos 28 años de edad y los ojos color azul
acerado, transparentes. Este hombre resultaba para mí casi
impenetrable.
El
I-16 había sido bautizado en España con el nombre
de “Mosca” y “Rata” por republicanos y franquistas
respectivamente. Así se le conoció en la contienda.
Los primeros modelos llegaron al puerto de Cartagena. Fueron tripulados
por pilotos soviéticos que actuaban en la defensa de Madrid,
precisamente cuando el primer grupo de aspirantes a piloto salíamos
de ese puerto hacia la Unión Soviética a realizar
el curso. Por tanto, nadie nos había hablado de él
hasta que Marcelino Pascua se presentó en Kirovabad. Era
un “top secret”. Al menos lo era para nosotros.
Otros
documentos se han ocupado con exactitud de definir técnicamente
las características del I-16. Yo me dedicaré, si soy
capaz y someramente, a describir “su carácter”,
“sus modales” y “sus sentimientos”…
Será que pienso que todo tiene alma en esta vida, y quizás
también los aviones. Pero Orlov y yo no nos entendíamos.
Yo creí que ya podría volarlo solo, y Orlov pensaba
lo contrario.
Un
día, todo dentro del poco tiempo que disponíamos para
realizar el curso, se me acercó Suprún: ¿cómo
va eso, tovarisch Tarasov? Me preguntó. Niet jarrazo, tovarisch
comandar, contesté. “No bien, camarada comandante”.
Y le expliqué al gigantón mis tribulaciones con el
“Mosca” y con Orlov. Suprún, hombre experimentado,
dominador y conocedor del magín de Polikarpov, me golpeó
cariñosamente la espalda y me dijo que no me preocupara.
Habló con el jefe de la escuela y éste le autorizó
para darme doble mando.
Después
de una hora allá arriba, donde realicé las maniobras
que Suprún me indicó, aterricé: ya puedes volarlo
solo, me dijo.
Termine
el curso y regresamos a España por el Báltico. Había
triunfado.
Nos
reestrenamos en El Carmolí y salimos “secretamente”
hacia Alcalá de Henares y de ahí al Norte, a la Albericia.
Este
aeródromo había sido bombardeado recientemente, no
obstante, aterrizamos sin novedad. ¿Empezaba a conocer el
I-16? No. Aún no nos hablábamos con confianza. Hubo
de pasar tiempo para que nos identificáramos.
Los
primeros servicios los realicé montado en un avión
caliente, en un “hot plane” como dirían los norteamericanos.
Era nervioso durante los despegues. Y en los picados no obedecía
muy bien cuando se quería salir de ellos; vibraban sus alas
un poco e intentaba desplomarse a alta velocidad. Y durante los
virajes cerrados se me embarrenó alguna vez. Hacía
altura con facilidad hasta los cuatro mil metros y no presentaba
problemas en vuelo normal. Planeaba con un ángulo bastante
pronunciado, debido a su poca superficie alar y por el peso de su
planta motriz. Toleraba poco los descuidos del piloto durante los
aterrizajes…
En
combate desaparecen todas las buenas maneras de volar un avión
y yo no estaba acostumbrado a ello. Es decir, me dolía tener
que tratarlo con rudeza. Pero en aquello iba mi vida y quizás
otras cosas más importantes: ¿ganar la guerra?, ¿mi
orgullo? No sabía. Cuando regresábamos de alguna misión
me le quedaba mirando… Y le hablaba. El mecánico me
observaba en silencio. A veces me preguntaba si ocurría algo.
Yo no le contestaba.
Pronto
derribé un Fiat, pero cometí muchos errores. El “Mosca”
no se me escapaba de las manos, pero no, no lo había domado…
aún.
Fue
un día, durante un ametrallamiento en vuelo rasante, en el
cual tuve que realizar virajes a poca velocidad y a poca altura,
cuando empecé a comprender cómo tenía que volar
aquel avión. Al menos, cómo volarlo en una guerra.
Más tarde me pude permitir –alguna vez- combatir con
los Fiat CR-32… ¡en viraje! No lo hacía cuando
éstos estaban muy bajos, pues la falta de altura podía
ser fatal para nuestro monoplano. El ataque normal a los biplanos
italianos u otros era a base de pasadas, siendo la salida hacia
arriba si se contaba con buena velocidad, o en medio tono si ésta
era confiable.
Cuando
disparé la primera ráfaga de ametralladora a un avión
enemigo, la distancia era risible. Poco a poco ordené graduar
la convergencia de fuego para que el impacto de los disparos de
las cuatro ametralladoras (supermosca) fuese a unos 50 metros del
objetivo. Y hubiésemos querido que las balas fuesen de mayor
calibre, pues no se les hacía daño a los bombarderos
con nuestra munición del 7.62. Fue hasta la batalla del Ebro
que se dotó con botellas de oxígeno a una escuadrilla
de I-16 para poder “bajar” a los Messers, ya que estos
monoplanos se habían enseñoreado de las alturas y
eran en algunos aspectos superiores a los nuestros; tenían
comunicación entre sí, motor sobrealimentado, algo
de calefacción y cabina cerrada. Además de contar
entre sus pilotos con un buen número de ases de la Luftwaffe.
Sería
infantil de mi parte no reconocer la diferencia que existe entre
pilotos hechos para hacer la guerra y quienes no lo habíamos
sido. Es decir, aún para matar tripulando un avión
hace falta cierto entrenamiento psicológico. Además,
los alemanes eran buenos pilotos como buenos eran ¡que duda
cabe! los pilotos españoles que tripularon los Fiat y otros
aviones…
Hoy,
a distancia de toda aberración de la guerra, pienso que no
es desdoro para nadie –al menos no lo es para mí- reconocer
el valor intrínseco del enemigo. Al respecto, me viene a
la mente la anécdota sucedida entre Adolf Galland y Goering,
cuando el mariscal del Tercer Reich le preguntó a Galland,
en Francia, durante la Batalla de Inglaterra, que qué quería
como premio, el jefe de la Caza alemana le contestó sin titubear:
“una escuadrilla de Spitfires her Mariscal”…
Al
Messerschmitt, Bf-109, monoplano alemán de caza, se le combatía
bien en virajes, dada su mayor envergadura con respecto a la del
I-16. O sea, el “Mosca” podía ceñirse
más que su oponente, lo que le permitía salirse del
fuego de aquél o meterse fácilmente en los giros del
mismo. No era igual cuando el alemán hacía altura,
ya que, con relativa facilidad, se alejaba del “Mosca”
o nos atacaba desde su ventajosa posición.
Como
se dijo con anterioridad, una de las características negativas
del I-16 era la peligrosidad que entrañaban los picados en
él. Durante los mismos, en los que se alcanzaban cerca de
800 km/h se formaba una sombra o vacío desde el borde de
ataque del estabilizador, que impedía al timón de
profundidad adherirse a los filetes de aire, quedando sin mando
parcialmente, se recuperaba jalando suavemente la palanca hacia
atrás. Si el piloto se desesperaba al ver acercarse la tierra
a aquella velocidad o trataba de sacarlo del picado jalando bruscamente
de la palanca, lo único que conseguiría sería
la muerte. Era una trampa de la aerodinámica. Por ello, repito,
la altura constituía una de las principales tablas de seguridad
para los pilotos de “Mosca”. Me imagino que muchos pilotos
tanto de Bf-109 como del I-16, y por causas distintas, pudieron
encontrar un final trágico en sus vuelos, ya que, referente
al monoplano alemán, he visto delante de mí, durante
un picado de persecución , írsele el plano derecho
al intentar el piloto sacarlo del mismo. Ello no le sucedía
a los “Moscas”, ya que, la menor envergadura más
la fortaleza en la unión del ala con el centroplano y de
éste con el fuselaje, era muy sólida.
Cuando
Romanov se mató fue probando los flaps (frenos aerodinámicos)
del I-16, por tanto se ordenó frenarlos. De tal manera, había
que tomar tierra con el caza soviético a su velocidad normal
de mínimo planeo con el tren de aterrizaje extendido, esto
es, a 160 km/h más o menos… Y francamente, lo “metimos”
en campos verdaderamente cortos, entre los cuales recuerdo Salou,
Almenara, Llanes, etcétera.
Más
tarde, todo se nos facilitó en el célebre caza ruso.
Hacíamos con él lo que queríamos. Le hablábamos
y él nos contestaba. Era un compañero más allá
arriba.
Ahora
bien, el I-16 no era un avión pulido. No era fino. Muchos
de sus sistemas eran rudimentarios, como por ejemplo, la retracción
o extensión del tren de aterrizaje. Había que operarlo
manualmente, girando una manivela 45 veces, y hacerlo frecuentemente
en condiciones críticas de despegues o aterrizajes, así
como ascensos durante bombardeos o ametrallamientos enemigos a nuestros
campos de maniobra. Se llegó a dominar el pilotaje del “Mosca”
hasta el grado de poder gobernarlo ambidiestramente, y, a veces,
con las rodillas sosteníamos la palanca de mando, mientras
la mano derecha subía el tren de aterrizaje y la izquierda
manejaba el control de potencia.
Durante
dos otoños e inviernos volamos con temperaturas de menos
de 10 y 15 grados centígrados, y algunas veces lo hicimos
con 40 grados bajo cero. ¡Sin calefacción! Nuestros
músculos no se nos enfriaban y a la mente apenas llegaban
señales. El I-16 no daba muestras de fatiga. No se quejaba.
Nos llevaba y regresaba, amparándonos siempre bajo su fortaleza,
y muchas veces su cuerpo recibió las heridas que indirectamente
nos salvaron la vida. Si acaso, una protección de acero,
montada a la espalda de nuestros asientos en la cabina, ayudó
de alguna manera a salvar de la muerte a muchos compañeros,
pero, repito, las heridas siempre las recibía en su cuerpo
nuestro hermano querido, nuestro I-16.
Hoy,
se podrá decir que el “Mosca” se inventó
en la Unión Soviética pero deberemos añadir
que se descubrió en las guerras de Manchuria y Civil Española.
¡Existía, qué duda cabe! Pero sus verdaderas
características permanecieron ocultas hasta que, repito,
las necesidades de unas guerras aéreas hicieron posible su
descubrimiento.
El
I-16 era una seda. Era maniobrero. Era dócil. Era un avión
seguro… Sí, pero había que conocerlo. ¡Su
estampa imponía respeto!
Estoy
seguro que lo anteriormente descrito, respecto a tan extraordinario
avión de caza, no refleja todas las variedades e interesantes
facetas que lo han hecho famoso. Estoy consciente de ello. No obstante,
créanme que puede figurar orgullosamente (y así lo
han considerado personas estudiosas) entre los mejores aviones de
caza del mundo impulsados con motor de hélice.
Es
decir, entre los P-39 y P-40 norteamericanos, pasando por los Hurricane,
Spitfire y Tempest del Reino Unido, Heinkel 70 y Messerschmidt (Bf
109) alemanes, así como el Fiat C-50 italiano, ha sido el
I-16 el avión que por méritos propios indiscutibles
ha ingresado en la historia fabulosa de los cazas.
Por
mi parte, agradezco a la Dirección de esta revista la deferencia
que me ha concedido al permitirme recordar –escribiéndolos-
algunos de los pasajes más interesantes de mi vida como piloto
aviador. Gracias.
Francisco
Tarazona Torán.
Este artículo fue publicado por la revista Modelismo&Historia
en Febrero de 1983, la revista desapareció en 1990 y la misma
apareció en mis manos por una casualidad de la vida, mi intención
es que el testimonio de Tarazona no se quede en el olvido y pueda
ser recordado por todos, sobre todos por los que no conocíamos
este testimonio. Las fotos han sido incorporadas de distintas webs.
La confección de este artículo esta dedicado especialmente
a los compañeros de la 3ra. Escuadrilla, los cuales espero
que la disfruten y saboreen, porque lo merece. (www.terceraescuadrilla.com)
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